En estos días en los que mi vida se ha centrado en internet, mi Loli, la tele y ver películas que hacía mucho que no veía, tener una amiga que más o menos comparte tus "miedos", "inquietudes", y demás preocupaciones de la vida de uno mismo, es algo bueno. Esa es la razón por la que estoy escrbiendo esto en mi blog, porque hoy no pensaba escribir nada más ya que no tengo, para nada, un buen día. Después de leer una reflexión hecha con una coherencia que me ha impactado, sobre los amores (tema que surgió este sábado por la noche después de una botella de vino), yo he decidido hacerla también, no sé si con tanta coherencia, y sobre la amistad. Porque como dice ella, escribir ayuda a entender muchas cosas y, sobretodo y eso lo digo yo, ocupa un tiempo en el que no tienes nada que hacer y te sientes la mujer más improductiva y aburrida del mundo. Pues nada, que ahí voy. Empezaré por cuando era de lo más pequeñito, en mi colegio. Nunca fuí una niña demasiado sociable (cosa que arrastro), me costaba dios y ayuda relacionarme con los niños, y ese era uno de los miedos más grandes de mi madre, que me quedase sola en un rincón mientras los demás niños jugaban con sus pelotas. No sé si sería el miedo al rechazo o simplemente la vergüenza que me daba el dirigirme a alguien que no conocía, pero el caso es que no era lo que se dice una niña de jugar. En mi primer año en el cole no conocí a ninguna niña por mi misma, la única amiga que tenía fue producto de la amistad que mi madre hizo en la puerta del cole con otra madre que, a la vez, tenía otra hija de la edad de mi hermana en la misma gusrdería al lado de donde yo estudiaba. Así que me impusieron la amistad de una niña que de buenas no me caía muy bien pero que a fuerza de compartir tardes y tardes de espera en la puerta, se convirtió en alguien a quien recurrir si me encontraba sola en el patio. Clara, que así se llamaba, vivía al lado del cole y tenía la tele más grande que había visto nunca y una minicadena con cd, que para mi era lo más moderno del mundo. Además escuchaba los 40 principales, que yo no sabía ni que existían, y yo quería ser así de moderna. Pero la verdad es que no congeniábamos muy bien, eramos demasiado diferentes y nuestra relación estaba claro que no llegaría demasiado lejos. No dejamos de hablarnos por nada especial, simplemente la edad y las inquietudes personales de adolescentes de 14 años hicieron que cada una tirase por su camino. Pero bueno, hasta entonces mi vida cambió bastante, y mis relaciones también. Conocí a "la Anna" como todo el mundo a mi alrededor la conoce. La conocí copiando en un examen de sociales (ahí apuntando maneras) y desde ese día no me separé de ella. Me encantaba su casa y, sobretodo, me encantaba su hermano. Un super gay (para mi no estaba tan claro entonces) bastante mayor que nosotras que me enseñó que exitía la Mtv y a las Spice Girls cuando aquí nadie las conocía aún, me teñía el pelo cada vez que tenía que hacer alguna prueba (era peluquero) con el consecuente disgusto de mi madre y nos enseñaba pasos de bailes para cuando fuéramos mayores y nos dejasen entrar en las discotecas. Con ella aprendí lo que era emborracharse, fumarse un porro y ponerse una minifalda. Nuestra relación sufrió un chungo cuando empecé a necesitar "emociones fuertes" en mi vida. Y me fuí un poco de su lado... para irme con la puta más puta del cole, Cristina Caramés. Todo el mundo la odiaba, todas las chicas, claro. Tenía las tetas más grandes del cole y los chicos babeaban detrás suyo como bebés. Nuestra relación duró bastante poco, la verdad, un curso. Hasta que me di cuenta de que estaba yendo por un mal camino amistoso. Buf, me he rayado de escribir. Volveré al tema más adelante, luego, mañana, pasado, o no sé, ya se verá porque la constancia no es una de mis virtudes. Pero sí, lo haré , porque seguro que volveré a pasar una tarde como esta y porque aún me queda hablar de dos cosas: mi gran trauma en la amistad, que condicionó el resto de mi vida, y mi actual vida amistosa...