lunes, 17 de octubre de 2005

Noches Blancas

Noche Tercera
Hoy ha sido un día triste, lluvioso, sin un rayo de luz, como será mi vejez. Me acosan unos pensamientos tan extraños y unas sensaciones tan lúgubres, se agolpan en mi cabeza unas preguntas tan confusas, que no me siento ni con fuerzas ni con deseos de contestarlas. No seré yo quien ha de resolver todo esto.
hoy no nos hemos visto. Ayer, cuando nos despedimos, empezaba a encapotarse el cielo y se estaba levantando niebla. Yo dije que hoy haría mal tiempo. Ella no contestó, porque no quería ir a contrapelo de sus esperanzas. Para ella el día sería claro y sereno, y ni una sola nubecilla empañaría su felicidad.
-Si llueve no nos veremos -dijo-. No vendré.
Yo pensaba que ella no haría caso de la lluvia de hoy, pero no vimo.
Ayer fue nuestra tercera entrevista, nuestra tercera noche blanca...
¡Pero hay que ver cómo la alegría y la felicidad hermosean al hombre! ¡Cómo hierve de amor el corazón! Es como si unos quisiera fundir su propio corazón con el corazón del otro, como si quisiera que todo se regocijara, que todo riera. ¡Y qué contagiosa es esa alegría! ¡Ayer había en sus palabras tanto deleite y en su corazón tanta bondad para conmigo!
¡Qué tierna se mostraba, cómo me mimaba, cómo lisonjeaba y confortaba mi corazón! ¡Cuánta coquetería nacía de su felicidad! Y yo... lo creía todo a pies juntillas, pensaba que ella...
Pero Dios mío, ¿cómo podía pensarlo? ¿Cómo podía ser tan ciego, cuando ya otro se había adueñado de todo, cuando ya nada era mío? ¿Cuando al fin y al cabo, esa ternura de ella, esa solicitud, ese amor..., sí, ese aor hacia mí, no eran si no la alegría ante la próxima entrevista con el otro, el deseo de ligarme también a su felicidad? Cuando él no vino y nuestra espera resultó inútil, se le nubló el rostro, quedó cohibida y acobardada. Sus palabras y gestos parecían menos frívolos, menos juguetones y alegres. Y, cosa rara, redoblaba su atención para conmigo, como si deseara instintivamente comunicarme lo que quería, lo que temía si la cosa no salía bien. Mi Nastenka se intimidó tanto, que por lo visto comprendió al fin que yo la amaba y buscaba cobijo en mi pobre amor. Es que cuando somos desgraciados sentimos más agudamente la desgracia ajena. El sentimiento no se dispersa, sino que se reconcentra.
(Noches Blancas-F.M. Dostoyevski)

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