miércoles, 1 de noviembre de 2006

Reflexión:
Cada día que paso en esta ciudad de locos me doy cuenta de que ser una persona observadora no es positivo. Siempre pensé que sí, que el hecho de estar enterada de todo fácilmente y casi sin esfuezo era algo que me facilitaba la convivencia y sobretodo, me ayudaba a librarme de engaños dañinos para mi persona y mi ilusión.
Pues nada, que como en tantas cosas últimamente, estaba equivocada. Mi atenta observación al Mundo ha hecho que odie al Mundo.
A ver si puedo explicarme, porque después de tragarme Titanic y Balas sobre Broadway seguidas y de golpe, mi cerebro lo único que quiere es apagarse un ratito mientras yo empleo todas mis fuerzas en comer castañas.
El caso es que mi vida reúne las características necesarias, según mi parecer, para poder afirmar que conozco a la Humanidad. Trabajo en una tienda en el Paseo de Gracia de Barcelona y mi transporte es una bicicleta. ¿Qué más necesito? Nada, no necesito nada más.
No sé qué es lo que está pasando, pero aquí ocurre algo, aquí hay algo, algo que cambia a las personas, que las vuelve monstruos, ogros que solo gruñen. Seres que ya no saben decir lo siento, gracias, porfavor o simplemente, hola. Esto pasa desde hace ya algún tiempo, lo sé. Y todo el mundo en mayor o menor grado ha sufrido alguna vez una mirada de odio, una contestación horrible o la indiferencia del de delante. Pero es que de un tiempo a ahora algo ha cambiado, hay algo en el ambiente que hace que se respire odio y tensión por todas partes.
Y me pregunto realmente a dónde vamos a llegar si ya no puedes ir tranquila por la calle, por tu escalera, por tu barrio... si la gente ya no se digna siquiera a saludar antes de dirigirse a ti, si en lo único que piensan las personas es que algo las va a atacar, si un gesto amable pasa desapercibido...
Estamos creando un mundo super feo, y lo peor es que no tenemos otro donde vivir.

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